Salir a la calle y observar el laberinto, los rastros, las piezas que aparecen y desaparecen. Mirar atentamente el puzzle desde el visor y observar los tránsitos, intentar cazar los tiempos, los reflejos, las huellas que en algún momento desaparecieron.
Salir a la calle y caminar las sombras y las palabras e imaginar lo que fue o pudo haber sido, lentamente, como una imagen que se revela ante nuestros ojos. Vivir ese tiempo exterior al mundo, como decía Sergio Chejfec, ese tiempo fuera de todo lugar, ese parpadeo necesario, ese viaje interior que nos brinda la poesía y la fotografía.
En este trabajo me sumerjo en esa metáfora para construir un mapa silencioso de cualquier lugar, de ninguna parte. Un mapa de encuentros y desencuentros, de entradas y salidas, de miradas y espejos, de contornos y reversos, de ausencias. Una cartografía de lo extraño que me permite trazar esos caminos imprescindibles para entender mejor el mundo, para entenderse mejor a uno mismo. Un estudio minucioso de la ciudad, como escenario, como punto de referencia para descubrir la belleza y complejidad del mundo que nos rodea. 
En definitiva, “Tiempo fuera de todo lugar” es pausa, pero también impulso o latido. Es mirar desde la complejidad de los sentidos e imaginar desde lo poético. Es palabra, interrogación, espacio y tiempo, material sensible a la luz, que nos transporta. Y es que, como dice Llorenç Raich, la fotografía es la representación ensoñada del ver y posee la capacidad de explicar lo inefable. Para mí, los sueños y la fotografía, son ese espejo necesario en que verse atravesado por la luz.
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