“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.”
Jorge Luis Borges
Busco fotos de una vieja polaroid que compró mi abuelo en Suiza. Aquella vez, la segunda que trabajaba en aquella granja escuela, no acabó el contrato, no pudo aguantar el frío que hacía aquel invierno y se volvió al pueblo.
Busco en los álbumes familiares y en aquella vieja caja de carne membrillo donde mis padres guardan fotos sueltas y no encuentro ninguna. <Tu abuelo no hizo muchas fotos con esa cámara, los carretes eran muy caros y no nos lo podíamos permitir>, me dice mi padre.
Decido entonces empezar un viaje, entre imágenes y palabras. Un recorrido por la piel, la mía, la de mi familia, la de aquellas fotos que nunca se hicieron. Un viaje de vuelta, a mis raíces, a mis cicatrices. Mil quilómetros inexactos, los que separan Andalucía de Cataluña, los que recorría “El sevillano”. Doce horas inexactas, como también lo es la memoria.
Y entiendo entonces que la piel es la metáfora perfecta, y que las metáforas sirven para entender mejor el mundo, que funcionan como un espejo, y que, por lo tanto, también sirven para entenderse mejor a uno mismo, igual que lo hace la fotografía.